El engañoso bien de las palabras

En estos largos relatos se habla, se dice, que en años pasados había una reina muy exigente que solo comía espárragos nacidos, por ejemplo, en el desierto de Goby, o en el fondo de los mares, y sus súbditos cogían taxis para ir a buscarlos. Y del otoño se cuenta que llega y se va pero no deja un año más a la espalda. Nada tiene que ver con las canas ni con el último tren. Un otoño más, sencillamente. Y pico del urogallo, pájaro totémico, ¿se dice así?, casi imposible, en un tris de desaparecer, que con el pico pinchaban a los escribientes para que no dejaran de trabajar con la pluma, el bolígrafo, hoy el ordenador. Son cosas que pasan y de las que aquí se escriben para que la tradición oral quede impresa en este libro que tenemos en las manos. El autor exterioriza lo que lleva dentro ante el choque de una realidad más o menos concreta. Y pre ere el sustantivo al adjetivo, tantas veces este enemigo de aquel. Verás lector como entre las líneas de estos relatos corre el fresco.